lunes, 3 de noviembre de 2014

EN SALA

Ooshovia  por Mercedes Sol Alvarez.
Para el ser humano  la tierra ha sido, desde siempre, mucho más que un espacio geográfico donde vivir o producir. Ha sido y es parte de su identidad cultural, su arraigo y su universo cotidiano.
Hasta mediados del SXIX, el territorio fueguino permaneció casi inadvertido, hasta que el liberalismo imperante en las políticas de mercado tanto nacionales como internacionales modificó esa condición.  La formación y consolidación de los estados modernos dio inicio a complejas interacciones entre los distintos actores sociales influyendo en la distribución y redistribución de los recursos naturales. 
Desde el nacionalismo unificador que consolidó la soberanía argentina en el extremo sur consistente en la expropiación de tierras a los Pueblos Originarios, hasta la implementación del Régimen de Promoción Industrial en 1972 -pasando por la Colonia Penal y la construcción de la Base Naval-,  el gobierno nacional continuó estimulando el poblamiento de Tierra del Fuego como parte de su estrategia geopolítica. El resultado fue el crecimiento acelerado de la población local, trayendo nuevas complejidades socioculturales producto de las fuertes y diversas corrientes migratorias. Dentro de estas nuevas realidades, la tierra es sin duda, una de las más controvertidas.
El crecimiento demográfico sostenido, junto a la demora del Estado para la ejecución de planes de urbanización produjo la imposibilidad de que amplios sectores de la población satisfagan la necesidad  vital de poseer una vivienda digna. En este contexto, la ocupación de tierras fiscales fue configurando, desde la década de los años 80, la dinámica del crecimiento urbano. 
En la actualidad, el negocio inmobiliario apunta a los sectores de la sociedad con mayor poder adquisitivo. El incremento de la construcción no sólo es reflejo del aumento de la población sino que es orientado a compra de viviendas como reserva de valor y no con fines residenciales. 
Íntimamente relacionada con las oleadas migratorias producto del asentamiento de industrias en el territorio fueguino,  se evidencia la problemática de los residuos que estas generan. Dentro de los “no peligrosos”,  hoy los pallets se desechan sin ningún tipo de aprovechamiento. Con el costo ambiental que su producción supone - uso del recurso forestal destinado a un producto de bajo coste económico y su posterior descarte- es necesario el planteamiento de estrategias destinadas a su reutilización. 
Para el MAF 2014, Javier Elissamburu propone una obra que encierra ambas problemáticas: el valor de la tierra como producto económico, como hábitat, como rasgo identitario y la reutilización de materiales que las industrias descartan, con el fin de crear algo nuevo. No es la primera vez que hace uso de objetos de segunda mano evidenciando su inquietud por la constante agresión que recibe el planeta. 
En Ooshovia el artista reutiliza pallets rescatados de dos de las fábricas que operan el la ciudad, -incluyendo los clavos- y pintura descartada por defectos de fabricación.  Una vez concluida la exposición, restituirá los fragmentos de tierra a su lugar de origen ya que asume su compromiso con la comunidad local y global, valorando cada fracción como parte del todo.
Elissamburu nos invita a reflexionar sobre nuestros anhelos pero también acerca de nuestros valores y nuestras responsabilidades. Vivimos en una sociedad cuyos pilares son la producción y el consumo ilimitados; es tiempo de concebir La Tierra como un organismo vivo del cual dependemos y somos parte, viéndonos en la necesidad de encontrar individual y colectivamente otro estilo de vida. 
                                   
Relevamiento Fotográfico Mercedes Sol Alvarez

Foyer Casa del la Cultura


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